“El perfil que buscamos es el que viene con respeto”
El Geoparque Costa Quebrada no es solo un destino natural: es un territorio lleno de actividad humana. Por eso, la gestión del turismo es uno de los grandes desafíos. Lo confirma Javier Álvaro Apezteguía, responsable del Área de Educación del Geoparque: “Estamos trabajando para que la línea del turismo aquí sea muy concreta: respetuosa, con impacto positivo en lo local y sin caer en el turismo invasivo”.
El territorio que abarca el geoparque —ocho municipios, con casi 270.000 habitantes— ya era visitado antes del reconocimiento oficial por la Unesco. Algunos de sus espacios más conocidos, como Santander –y todas sus populares playas–, las cuevas de Altamira o Santillana del Mar, ya formaban parte del mapa turístico de Cantabria. Pero ahora, el desafío es integrar todas esas visitas en un tipo de turismo sostenible.
Desde la asociación y el propio geoparque se ofrecen visitas guiadas, actividades interpretativas, rutas educativas y experiencias para todos los públicos, desde escolares hasta visitantes internacionales. Hay talleres para niños, salidas al campo, experiencias de consumo local y acciones de voluntariado ambiental –además claro de las actividades que se realizan externas a la asociación: surf, pesca, senderismo, ciclismo de montaña, snorkel, buceo, gastronomía de la región, entre muchas otras. Todo forma parte de una red que no busca solo atraer turistas, sino también educar y generar conciencia.






“El perfil de visitante que nos interesa es el que viene con respeto, con curiosidad por la naturaleza y con ganas de aprender”, apunta Apezteguía. Por eso se insiste tanto en criterios de sostenibilidad, en colaborar con pequeños productores, y en reforzar el turismo de cercanía. Las actividades no se centran solo en la costa: también se está trabajando en revalorizar las zonas interiores, menos conocidas pero igual de ricas en patrimonio natural y cultural.
“El perfil de visitante que nos interesa es el que viene con respeto, con curiosidad por la naturaleza y con ganas de aprender”
Desde el geoparque se dialoga con instituciones y alcaldías para alinear políticas de uso del suelo, ordenación del territorio y promoción turística. Como dice Apezteguía: “El trabajo no es sólo gestionar rutas, sino hacer entender a todos los actores que no todo es hacer dinero rápido y porque sí”.
Las iniciativas gubernamentales
Santander, uno de los ocho municipios que conforman el Geoparque Mundial Costa Quebrada, ha apostado por un modelo de turismo sostenible con actuaciones concretas vinculadas al Plan de Sostenibilidad Turística “Norte Litoral–Costa Quebrada”. Esta estrategia, financiada con fondos europeos Next Generation, busca desarrollar rutas y experiencias turísticas que respeten el entorno natural y promuevan un conocimiento más profundo del territorio.
Desde 2023, se han puesto en marcha varias propuestas de ecoturismo guiado, tanto a pie como en barco. Las rutas terrestres, organizadas por la empresa NansaNatural, recorren zonas como Cabo Menor, La Maruca o Mataleñas, con paradas interpretativas centradas en la geología y biodiversidad del entorno. Por mar, Bahía de Santander Ecoturismo ofrece la experiencia “Costa Quebrada desde el mar”, una visita guiada en barco que permite conocer las formaciones geológicas del litoral desde otra perspectiva.
El perfil mayoritario de quienes participan en estas actividades es nacional —procedentes sobre todo de Madrid, Euskadi y Asturias— aunque en los últimos años se ha detectado un crecimiento progresivo del turismo internacional. Se trata, sobre todo, de parejas, pequeños grupos o viajeros individuales interesados en el ecoturismo, el senderismo o la observación de la naturaleza. Muchas de estas personas utilizan la senda costera de Santander, que se consolida como una alternativa tranquila al Camino de Santiago en su paso por el norte.
En cuanto a la gestión de playas, el Ayuntamiento de Santander ha optado por certificaciones de calidad ambiental más exigentes que la tradicional Bandera Azul. Todas las playas del municipio están integradas en el geoparque y cuentan con reconocimientos como la Q de Calidad Turística o el sistema europeo EMAS de gestión ambiental. Además, las Declaraciones Ambientales anuales publicadas por el área municipal de Playas incluyen información detallada sobre afluencia, limpieza, control ambiental y mantenimiento de infraestructuras.
Todas estas acciones —desde las rutas interpretativas hasta los controles de calidad en los arenales— forman parte de una política municipal que entiende el turismo como una actividad compatible con la conservación del entorno. El objetivo es claro: ofrecer experiencias sostenibles que beneficien al visitante sin perjudicar el territorio.
Crecimiento turístico
El crecimiento del turismo en Cantabria ha sido sostenido en los últimos años, pero 2024 marcó un nuevo récord. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), la comunidad recibió más de 2,1 millones de visitantes y acumuló cerca de 6 millones de pernoctaciones. Solo en noviembre, las estancias hoteleras aumentaron un 9,6 % respecto al mismo mes del año anterior. Aunque estos datos no se refieren específicamente al Geoparque Costa Quebrada, ayudan a entender el contexto en el que este territorio se consolida como destino de naturaleza, deporte y ecoturismo.
El reconocimiento como Geoparque Mundial por parte de la UNESCO ha aumentado su visibilidad, y con ello, el interés de visitantes nacionales e internacionales por conocerlo. Muchos de ellos llegan sin saber que están dentro de un geoparque, y sin embargo participan —sin quererlo del todo— en su transformación. De ahí que el crecimiento turístico en la región implique también una responsabilidad compartida: entre instituciones, empresas, guías y visitantes.
Los planes municipales, las certificaciones ambientales y las experiencias interpretativas apuntan a esa dirección. Pero el aumento de visitantes hace más urgente el equilibrio. No se trata solo de ofrecer rutas o miradores, sino de sostener un modelo que no agote el territorio que lo hace posible.
Las voces en el camino
Quien visita la Costa Quebrada no siempre lo hace por primera vez. Para algunos, este paisaje no es una postal, sino parte de su vida cotidiana. “Conozco la costa desde hace 35 años. Todos los días hago un recorrido de unos 10 a 15 kilómetros, a veces por la línea de mar, a veces más arriba”, cuenta Demetrio, vecino de Liencres que antes vivía en el centro de Santander. Eligió mudarse a esta zona por su conexión con la naturaleza. Aunque reconoce que “no está tan bien cuidado” y que “podría estar mejor” (hablando de la gestión gubernamental en el territorio), valora el progreso que ha visto con los años y no cambiaría su rutina de caminatas por ninguna otra.
“Conozco la costa desde hace 35 años. Todos los días hago un recorrido de unos 10 a 15 kilómetros”
Otros, como Ferran, llegan por primera vez. Viene desde Tarragona con su pareja y han hecho parada aquí tras pasar por Bilbao. Su plan es surfear, aunque él está empezando. “Hoy hay mucho oleaje –dice–, por eso salí pronto del mar”. Aún así, el lugar lo ha impresionado: “Está todo muy salvaje, muy virgen. No hay edificaciones cerca. Es increíble”. También destaca la limpieza del entorno y la falta de masificación. Es su primer contacto con este tramo del litoral cántabro, pero ya habla con entusiasmo de lo que ha encontrado.
“Está todo muy salvaje, muy virgen. No hay edificaciones cerca. Es increíble”
Y luego están los que llegan sin saber muy bien a dónde van, pero terminan encontrando algo que no esperaban. George –un turista suizo que viaja en coche con sus amigos por el norte de España– se detuvo aquí porque a mitad de su camino entre Gijón y Bilbao les llamó la atención la naturaleza y las increíbles vistas. Terminaron fascinados. “Estamos haciendo senderismo y viendo la naturaleza. Hemos conocido gente muy amable. Está todo muy limpio y bien cuidado”.
Distintos acentos, distintos motivos, una misma constante: la fascinación por el entorno. Para quienes caminan, se detienen, se mojan los pies o simplemente observan, la Costa Quebrada transmite algo que va más allá de la belleza. Es la sensación de que, por ahora, aún se puede estar en un lugar sin haberlo consumido.