Un contraste entre informes y voces reales
Al día de hoy, en España, casi un tercio de los que superan los 60 años confiesan sentirse solos. Más allá de la estadística, esta cifra revela uno de los problemas sociales más preocupantes y menos comentados del siglo XXI: la soledad impuesta en la edad avanzada. A pesar de los avances en medicina, la mayor esperanza de vida y el desarrollo del estado de bienestar, una multitud de personas pasan sus últimos años entre paredes que no oyen nada, sin apenas contacto humano, y sufriendo consecuencias que van más allá del ánimo y afectan directamente a la salud pública.
Aunque no es algo reciente, el problema es cada vez mayor. Según un estudio del profesor José Manuel Jiménez Rodríguez, de la Universidad de Granada, publicado en la Revista Española de Salud Pública, el 13,4% de los españoles sufren soledad no deseada (SND), y de estos, más de un 22% se sienten así todo el día. Los mayores son los que más lo sufren, sobre todo las mujeres, con un 14,8% frente al 12,1% de los hombres.
Hay muchas razones para esto: el envejecimiento de la población, la caída de la natalidad, el aumento de la esperanza de vida y los cambios en cómo están organizadas las familias y las comunidades. Además, sucesos importantes como quedarse viudo, tener problemas de salud, sufrir alguna discapacidad o jubilarse hacen que los mayores se alejen de la sociedad. La soledad no deseada no es solo sentirse triste; es un peligro real para la salud física y mental, y un reto cada vez mayor para los sistemas de salud y protección social.
España es ahora uno de los países con más personas mayores del mundo. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2022 la esperanza de vida llegó a los 83,08 años, con una media de 85,7 años para las mujeres y 80,3 años para los hombres. Aunque esto demuestra que la sanidad ha mejorado, también significa que hay más enfermedades crónicas, más personas que necesitan ayuda para hacer cosas básicas y más necesidad de cuidados a largo plazo. Las familias, que siempre han sido las que daban apoyo y cuidados, son ahora menos fuertes, y muchos mayores viven solos, sin apenas compañía ni contacto con familiares o vecinos.
En este contexto, el estudio de Jiménez Rodríguez destaca cómo la SND se ha convertido en un problema silencioso y nuevo, que impide que las personas participen en la sociedad, empeora su calidad de vida y supone un gran coste emocional y económico para el sistema.
Las consecuencias de la soledad para la salud
La evidencia científica muestra sin dudas que la soledad continua y el aislamiento social no solo perjudican nuestro estado anímico, sino que también impactan negativamente nuestra salud física. Se relacionan con una mayor posibilidad de sufrir males del corazón, presión alta, diabetes, demencia e incluso cáncer. Igualmente, se asocian a un aumento de la enfermedad y una muerte más temprana. Investigaciones como las de Holt-Lunstad, han comparado los efectos de la soledad con fumar quince cigarrillos al día, indicando que las personas solas tienen un 50% más de chances de fallecer antes que quienes mantienen lazos sociales activos.
Por otra parte, la soledad constante es un riesgo para la depresión, la angustia, el deterioro mental y la dificultad para realizar las tareas cotidianas. Esta situación empeora en la edad adulta, cuando los recursos personales para sobrellevar el aislamiento disminuyen.
Además del dolor que siente la persona, la soledad no deseada ejerce un peso claro sobre la asistencia médica. Según el estudio de Jiménez Rodríguez, la SND tiene un coste de 6. 101 millones de euros al año, lo que supone el 0,51% del PIB español, por el incremento de citas al médico, ingresos en hospitales, tratamientos y uso de medicamentos. Igualmente, se estima una bajada de productividad de más de 8. 000 millones de euros cada año por los efectos indirectos del aislamiento social.
Y por si no fuera suficiente, la necesidad de atención a largo plazo ha crecido mucho, generando una presión que ya no se puede aguantar sobre el sistema público y las familias. Si bien la Ley de Dependencia ha sido una herramienta clave, el exceso de trabajo que sufren los cuidadores no profesionales, casi siempre mujeres, sigue siendo un problema que no se soluciona.
A diferencia de los estudios:
Según la psicóloga Andre Guevara, el 20% de sus pacientes son mayores de edad y muchos de ellos presentan síntomas como la soledad. Aún así, ella insiste que no es el problema mayoritario entre ellos, “Las personas mayores en España están bastante acompañadas, hay muchos centros y ayudas de parte del gobierno para que se mantengan entretenidos”.
Actualmente, en Santander, hay varios centros de entretenimiento para personas mayores de edad. como el Centro Cívico de calle Alta y el Centro Cívico de Numancia. En estos centros, personas de todas las edades pueden encontrar distintas actividades, tanto como teatro, danza latina, danza del vientre, juegos de mesa, o un espacio para poder convivir con más personas y establecer conversaciones.
Guevara insiste que el problema mayoritario por que que van sus pacientes mayores de edad es por enviudar u otros problemas, “La mayoría de mis pacientes vienen por que se quedaron viudos, muchos de ellos ya que son mayores, viven con sus hijos o tienen a alguien que los acompañe, como una enfermera. No pasan mucho tiempo solos”.
Los santanderinos cuentan algo totalmente distinto a lo que vemos en los estudios:
Salvador hijo (66), junto su padre Salvador (93) cuenta que pasa la mayor parte del día acompañado, es raro el que esté solo, por eso mismo afirma no sentir soledad. “Mi hermana vive con él, yo paso a verlo por la mañana, comemos juntos y salgo todos los días de casa a pasear”.
Eliza (88) y Celeste (64), Celeste es la cuidadora de Eliza y pasan la mayor parte del día juntas. Afirma que no siente soledad en su vida diaria, algunos de sus planes son la salida diaria al parque y escuchar música en el salón. Antes de su accidente en la pierna, Eliza disfrutaba bailar e ir a los Centros Cívicos a convivir con otras personas de su edad, “Me parece bien que haya lugares donde tengamos cosas que podemos hacer, aunque ya no pueda bailar, era algo que disfrutaba mucho… Yo no me siento sola, nosotras la pasamos “cañón”. Refiriéndose a que pasa el día haciendo cosas que le agradan y disfruta.
Nicolasa (90), su hija Maribel (64) y su esposo Javier (67) viven todos juntos en la misma casa pero en distinto piso. “Estamos juntitos todo el día, aunque estemos ella en el quinto y nosotros en el cuarto”, cuenta Javier. “Yo no me siento sola, disfruto estar con ellos, desde que mi marido murió”. Disfrutan salir al centro a dar paseos, “mucho más ahora que comienza a salir más el sol”.
Catalina vive sola y recientemente quedó viuda, aunque afirma tener familiares viviendo cerca que la acompañan todos los días. “Todos los días salgo a tomar un café o un vinito, puede ser con alguna de mis hijas o con mi amiga Mariluz”. Catalina confirma no sentirse sola, aunque al recientemente haber perdido a su esposo dice “Por las noches siempre pienso en él y me despido como si estuviera conmigo y lo extraño, pero sola no me siento”.
Aunque los entrevistados niegan el sentir soledad durante su vida diaria, es cierto que la soledad sigue siendo un tema recurrente en muchos de los adultos mayores de España y los resultados de varios estudios lo confirman. Muchos no tienen familia o dinero para pagar a alguien que los cuide, quedándose todo el día solos.
¿Qué está haciendo el Gobierno?
Ante esta situación, el gobierno español ha puesto en marcha varias iniciativas para luchar contra la soledad en las personas mayores, aunque los expertos están de acuerdo en que aún queda mucho por hacer.
Entre los recursos públicos que se pueden usar, destacan los siguientes:
Estrategia Nacional de Envejecimiento Activo y Saludable (2021-2030), que sigue la Década del Envejecimiento Saludable que promueve la OMS. Esta estrategia busca mejorar las capacidades de los mayores y asegurar que participen de forma activa en la sociedad.
Planes para combatir la soledad no deseada que se impulsan a nivel autonómico y municipal, como los programas «Radars» en Barcelona o «Madrid te acompaña», que hacen uso de redes vecinales, voluntariado y servicios sociales para encontrar y acompañar a personas mayores que viven solas.
Subvenciones a organizaciones del Tercer Sector que realizan programas para la comunidad y de acompañamiento para mayores, como la Fundación Amigos de los Mayores, Cruz Roja o Cáritas, cuyo trabajo es fundamental en zonas rurales o barrios donde el Estado no llega.
Servicios de teleasistencia y domótica para controlar la salud, garantizar la seguridad y facilitar la comunicación de personas mayores con sus familiares o cuidadores. El uso de tecnologías sencillas ha empezado a usarse en la atención en el hogar, aunque no llega a todos por igual.
Programas de participación y voluntariado activo, como los Espacios de Mayores, los Centros de Día y las Universidades para Mayores, que promueven el aprendizaje constante, el ejercicio físico y la vida social en edades avanzadas.
El Plan España Nación Amiga de las Personas Mayores, que forma parte del compromiso del país con los principios de la OMS y del envejecimiento con dignidad. Esta iniciativa busca adaptar las políticas públicas al cambio demográfico y fomentar lugares accesibles, solidarios e inclusivos.
Aunque se han hecho cosas, la soledad sigue siendo un gran problema. Se critica mucho que las instituciones no coordinan bien sus esfuerzos, y que falta una visión que lo abarque todo y a todos los sectores. Como dice Jiménez Rodríguez, hay que actuar desde muchos frentes, considerando cosas como dónde vive la gente, cuánto dinero tiene, si puede moverse fácilmente, si tiene acceso a servicios, cómo es su barrio, y si tiene familia y amigos cerca.
Además, muchos programas no se evalúan bien, o se hacen sin contar de verdad con las personas mayores. En lugar de solo darles cosas, hay que darles poder, reconocer que tienen derechos y ayudarles a ser independientes y a tomar sus propias decisiones.
El sociólogo Manuel Rico-Uribe, experto en el tema, dice que lo que mejor funciona es crear relaciones que sean importantes y duren en el tiempo, no solo organizar actividades sueltas. Por ejemplo, las terapias que ayudan a recordar el pasado, los grupos de apoyo, las actividades que juntan a jóvenes y mayores, y las ideas que hacen que la gente se sienta parte de una comunidad.
Para luchar contra la soledad, no basta con poner más dinero, sino que hay que cambiar la forma en que vemos a las personas mayores, que a veces las ignoramos. La soledad es como una enfermedad silenciosa que afecta a mucha gente, igual que la obesidad, el tabaco o no hacer ejercicio.
Para darle la vuelta a esta situación, resulta fundamental:
Lanzar campañas de concienciación que eliminen el estigma de la soledad y fomenten la solidaridad entre generaciones, impulsar un urbanismo que tenga en cuenta a los mayores, con espacios accesibles, bancos, transporte adaptado y lugares para socializar, fortalecer la atención primaria, formando al personal para detectar a tiempo la soledad y cuidar la salud emocional, aumentar la inversión en salud comunitaria y servicios sociales cercanos, con profesionales bien equipados y coordinados entre sí, respaldar la innovación social y tecnológica, facilitando que los mayores participen en la era digital sin que se sientan excluidos, replantear las políticas de vivienda, promoviendo opciones como el cohousing, la vivienda colaborativa o la convivencia intergeneracional, reconocer y dignificar la labor de los cuidadores, aliviando a las familias y dando visibilidad al trabajo de voluntarios y cuidadores y asegurar que las políticas públicas tengan en cuenta la opinión de los mayores, permitiéndoles participar en el diseño de los programas.
En una sociedad que envejece a gran velocidad, la respuesta a la soledad no puede ser solo cosa de los individuos o sus familias. Se necesita un compromiso colectivo, ético y político. Como sociedad, nos toca garantizar que vivir más años no signifique vivir peor. De poco sirve alargar la vida si no se asegura el derecho a una vejez digna, acompañada, activa y feliz.
La soledad no deseada se ha convertido en uno de los grandes retos sociales y sanitarios para los mayores en España. Así lo muestra el informe “La soledad en las personas mayores en España. Una realidad invisible”, elaborado por el trabajador social José Daniel Rueda Estrada y publicado por la Fundación Caser. Este estudio se centra en un problema complejo, silencioso y muy humano que afecta a muchos mayores en su día a día.
El estudio avisa de que no toda soledad es mala: muchos mayores aprecian sus momentos de tranquilidad y autonomía. Sin embargo, la soledad no deseada (la que no se elige y causa sufrimiento) puede ser muy perjudicial para la salud física, mental y emocional. La falta de contacto social, el aislamiento emocional y la invisibilidad por parte de las instituciones son factores que empeoran este problema.
El informe distingue varios tipos de soledad que afectan a los mayores: desde los que viven solos en casa sin apoyo, hasta los que, aunque estén con familiares, se sienten desconectados emocionalmente. También destaca la soledad que sufren muchos residentes en geriátricos, donde la convivencia no siempre asegura compañía ni que se les escuche. Incluso en zonas rurales, tradicionalmente vistas como más comunitarias, hay altos niveles de aislamiento entre los mayores.
Una de las cosas que más inquieta es que el problema se ignora bastante. Rueda Estrada comenta que la soledad casi nunca aparece en los historiales médicos ni en los reportes sociales, lo cual hace difícil pillar los casos de riesgo antes de que empeoren. Encima, un montón de ancianos no pueden acceder a servicios o no saben cómo solicitar asistencia, lo que aumenta su aislamiento del mundo.
El estudio señala que entre las causas que llevan a la soledad están las pérdidas de seres queridos (como el fallecimiento del cónyuge o amigos íntimos), los achaques de salud, los obstáculos físicos, el declive mental y la pérdida de protagonismo en la sociedad. A esto se añade el individualismo típico de la sociedad de hoy, que, según el autor, «pone por las nubes la juventud y el rendimiento» y deja a los mayores en un segundo plano de dependencia y abandono.
Rueda Estrada se queja de que, aunque hay iniciativas del gobierno y programas para echar una mano, muchos no alcanzan, no están bien organizados o no llegan a los ancianos más desamparados. La falta de cuidado individualizado, la poca promoción de un envejecimiento activo y la escasa participación de la comunidad complican la tarea de crear espacios que apoyen y valoren a los adultos mayores.
Dentro de las sugerencias que ofrece el reporte, resalta la importancia de identificar cuanto antes los casos de aislamiento, optimizar la colaboración entre los servicios sociales y los de salud, e impulsar opciones de vivienda enfocadas en el individuo. Igualmente, defiende la capacitación especializada de los trabajadores, el estímulo de las redes de barrio y la implementación de estrategias que unan a generaciones, facilitando el encuentro y la vida en común entre personas de distintas edades.
«La soledad no se soluciona solo con visitas esporádicas o actividades de ocio», enfatiza el reporte. «Se soluciona prestando atención, construyendo lazos genuinos, valorando la importancia de cada vida en la tercera edad y restaurando en estas personas su respeto y su rol principal en la sociedad».
El texto finaliza pidiendo un cambio en la cultura del cuidado en España. Afirma que no es suficiente con más fondos: hace falta una transformación importante en cómo la sociedad ve, trata y acompaña a las personas mayores. «Luchar contra la soledad , señala Rueda, es una tarea de todos. Una sociedad que descuida a sus mayores no solo los deja solos, sino que pierde su propia esencia humana».
El aislamiento en la gente mayor es, sin duda, uno de los desafíos más grandes de estos tiempos. Enfrentarlo significa no solo invertir en servicios, sino también crear lazos, reconstruir comunidad y replantearnos el sitio que damos a la vejez. Tal como avisó la OMS al nombrar la década 2021-2030 como la del envejecimiento saludable: no existe salud sin bienestar social. Y no existe bienestar sin conexión entre personas.