Reciclar en Santander aún cuesta
En los contenedores de colores que salpican las calles de Santander se está librando una batalla silenciosa pero crucial: la de transformar el modelo de consumo de una ciudad que, como tantas otras, empieza a asumir los límites del planeta. El reciclaje ha ganado terreno en la capital cántabra durante los últimos años, pero tanto expertos como ciudadanos coinciden en que este esfuerzo no es suficiente. Santander está en pleno auge reciclador, pero también ante un dilema estructural: ¿se puede hablar de éxito cuando aún se genera más basura de la que se recicla?
“Podemos confirmar que en Santander el reciclaje ha experimentado un crecimiento sostenido en la última década”, afirma David Díez, jefe de servicio de ASCÁN Servicios Urbanos, la empresa responsable de la recogida de residuos en la ciudad. Según los datos de ASCÁN, en 2023 se reciclaron más de 4.500 toneladas de envases ligeros y más de 6.200 toneladas de papel y cartón. Esto supone un incremento del 10-15% en los últimos cinco años.
Díez atribuye este aumento a una combinación de factores: la mejora de la red de contenedores, la incorporación de tecnologías como sensores para optimizar la recogida y, sobre todo, “una mayor concienciación ciudadana gracias a campañas educativas y colaboraciones con colegios y asociaciones vecinales”.
Pese al avance, reconoce que aún hay desafíos significativos, especialmente en la recogida de la materia orgánica. “La fracción orgánica representa alrededor del 40% de los residuos domésticos y todavía acaba mayoritariamente en vertederos. Por eso hemos empezado a implantar progresivamente el nuevo contenedor marrón, pero su uso aún es escaso”, explica.
“El reciclaje no es sinónimo de economía circular. A menudo centramos el discurso en ‘reciclar más’ cuando deberíamos estar hablando de ‘producir menos residuos’ desde el principio”, señala Antonio Rodríguez, coordinador del Área de Transición Verde de SEO/BirdLife.
Desde su organización, alertan de que Santander y Cantabria aún carecen de políticas ambiciosas de prevención de residuos. “Generamos más de 400 kilos de basura por habitante al año, buena parte de ella evitable: envases de un solo uso, comida desperdiciada, embalajes innecesarios. Eso no es sostenible”, advierte Rodríguez.
Además, denuncia una falta de jerarquía en las políticas públicas: “Se prioriza el reciclaje, cuando la reducción y la reutilización deberían ir primero”. La clave, subraya, es un cambio de paradigma: que los ciudadanos comprendan no solo cómo reciclar, sino por qué hacerlo.
El reciclaje en Santander también tiene un mapa desigual. “Las zonas con mayor densidad de población y mejor acceso a contenedores, como El Sardinero, Cueto o el centro urbano, presentan mejores cifras”, indica David Díez. En contraste, barrios como Peñacastillo o Monte tienen tasas más bajas, debido en parte a la falta de espacio para ubicar contenedores o a la escasa información.
Vanesa Vázquez, vecina del centro de Santander, refleja bien esa dicotomía cotidiana. “Sí reciclo en casa: plástico, cartón, orgánico y a veces vidrio, aunque no tengo contenedor específico”, cuenta. Para ella, el sistema “es fácil”, pero aún detecta problemas: “Mucha gente tira donde le pilla más cerca, por rapidez o por falta de información clara”.
Una percepción parecida comparte Arianna Ursic, joven ciudadana, que asegura separar habitualmente residuos orgánicos y cartón. Considera que el sistema de reciclaje es claro: “Se me hace fácil porque los contenedores están señalados con palabras y dibujos”. No cree que el problema sea la desinformación, sino la falta de voluntad: “La gente no recicla bien porque no quiere”.
Para fomentar un mejor reciclaje, Arianna propone recompensas en lugar de sanciones: “A la gente nos gusta la recompensa. Las sanciones serían muy fuertes, muy invasivas de golpe”. También sugiere más puntos de reciclaje accesibles: “Yo tengo que subir dos calles para encontrar contenedores; deberían estar más cerca de las casas”.
Manuel Ibarguen, por su parte, reconoce que no recicla tanto como le gustaría. En su casa separa residuos de comida y mezcla el resto de envases: “Cartón, plástico, vidrio todo junto. No siempre sé dónde va cada cosa”. Aunque considera que el sistema es claro en general, admite que muchos envases generan confusión: “Tienen partes de diferentes materiales y no sabes dónde tirarlos”.
Sobre el contenedor marrón, Manuel se muestra a favor: “Lo uso o lo usaría si lo tuviera más a mano. Me parece útil porque sí separo lo orgánico del resto”. También cree que premiar al ciudadano sería eficaz: “En otras ciudades te devuelven unos céntimos por cada botella que llevas a máquinas en supermercados. Eso funciona”. Aun así, considera que Santander ya está bastante bien equipada: “Es una ciudad limpia y con muchas papeleras. No se me ocurre mucho que cambiar”.
Más allá del reciclaje
Joaquín Flores, ingeniero ambiental y miembro de Ecologistas en Acción, pone el dedo en la llaga: “En Santander se recicla más que hace una década, sí, pero también se consume y se desecha más. Esa es la raíz del problema”.
Desde su colectivo, consideran que el modelo actual sigue siendo lineal: “Nos centramos en gestionar lo que ya hemos tirado, cuando deberíamos estar diseñando productos duraderos y generando menos residuos desde el origen”. Además, critican que muchas veces se considera reciclado un residuo que simplemente ha sido separado, aunque acabe incinerado o en el vertedero por estar mal clasificado.
Entre sus propuestas destacan la recogida puerta a puerta, sistemas de depósito y retorno, y tasas proporcionales a la cantidad de residuos generados por cada hogar o comercio. “En muchos países europeos, estos sistemas han duplicado las tasas de reciclaje real”, asegura Flores.
También insisten en la necesidad de fomentar la cultura del reaprovechamiento: reparar antes que tirar, compartir herramientas, consumir local. “Todo eso también es parte de la solución”, dice el activista.
Aparte del reciclaje, la mala administración de residuos tiene consecuencias directas sobre los ecosistemas cántabros. “En nuestras costas, ríos y espacios naturales encontramos residuos que dañan a fauna como aves marinas, peces o mamíferos”, alerta Antonio Rodríguez.
Tanto SEO/BirdLife como Ecologistas en Acción han documentado casos de animales atrapados en plásticos o que han ingerido fragmentos de residuos. Además, advierten del problema creciente de los microplásticos, que ya han sido hallados en especies como mejillones o peces del Cantábrico, entrando así en la cadena alimentaria humana.
Otro impacto relevante es el climático. “Los residuos orgánicos mal gestionados generan metano, un gas de efecto invernadero 80 veces más potente que el CO₂ en sus primeros años”, explica Flores. “Separar bien la fracción orgánica y compostarla es una acción local con un impacto climático global”.
La meta marcada por la Unión Europea es ambiciosa: reciclar el 60% de los residuos municipales para 2030. Santander ronda actualmente el 38-40%. “Estamos avanzando, pero aún no podemos decir que estemos preparados”, reconoce David Díez. Para ello, insiste, será clave mejorar la recogida orgánica, reducir la fracción resto (los residuos no reciclables) y aumentar la transparencia sobre el destino de los residuos.
Desde SEO/BirdLife y Ecologistas en Acción coinciden: si no se producen cambios estructurales y se apuesta por un modelo verdaderamente circular, no se alcanzarán los objetivos europeos. “El reciclaje debe ser el último eslabón, no el primero. Primero hay que reducir, luego reutilizar, y finalmente reciclar”, sentencia Flores.
Pese a las carencias del sistema, todos los entrevistados subrayan que la ciudadanía sigue siendo una pieza clave. “Cada pequeño gesto cuenta, pero también hay que exigir mejores políticas”, afirma Rodríguez. En ese sentido, campañas educativas constantes, incentivos, y una mejor fiscalidad ambiental pueden marcar la diferencia.