«Iba a la cocina, cogía lo que podía y me lo llevaba al cuarto a escondidas»
Hay temas que se ocultan o se tratan en voz baja. Aquellos que se esconden detrás de excusas, de verdades a medias, de silencios en la mesa, de “hoy no tengo hambre”, “estoy llena” o “ya comí antes”. La relación de las personas con la comida es uno de ellos. Especialmente para muchas mujeres jóvenes, cuya situación está marcada por la culpa, el arrepentimiento, la comparación y, en los casos más graves, por trastornos que alteran no solo el cuerpo, sino también la mente y la percepción de una misma.
Hablar con aquellas personas que han atravesado y muchas veces siguen atravesando este tipo de experiencias, obliga a enfrentarse a una realidad que no siempre tiene nombre, pero que no por eso deja de existir. Miles de jóvenes que aunque sepan que lo que están haciendo está mal, no lo pueden evitar, ya que solo de esa manera se sienten bien. Muchas son las mujeres que viven atrapadas entre lo que son y lo que les dijeron que tenían que ser.
«Desde muy pequeña he sentido la necesidad de cambiar mi físico», confiesa una estudiante de 20 años que prefiere mantenerse en el anonimato. Tras superar un trastorno de conducta alimentaria, actualmente estudia nutrición, y paradójicamente fue su deseo por verse bien lo que la arrastró hacia una espiral muy peligrosa. La joven narra que todo empezó cómo algo inocente, siguiendo consejos de las redes sociales. “Veías gente que decía que para adelgazar comían 600 calorías al día y veías que les funcionaba”, ha explicado la estudiante, que no ha podido evitar emocionarse al recordar aquel proceso.
“Bajé 20 kilos en 3 meses”. Un descenso drástico y nada saludable que fue aplaudido por su entorno. “Si todo el mundo te está felicitando y te ve más guapa pues piensas que es lo correcto”. Pero detrás de esa validación estaban el cansancio constante, el frío, la desregulación de la menstruación y el aislamiento. La joven ha relatado cómo en diversas ocasiones rechazaba planes con sus amigos para no tener que comer: “Muchas veces he llegado a no hacer planes con amigos solo por el hecho de que no quiero comer delante de gente o si salíamos de fiesta, siempre ponía excusas para no cenar y salía de fiesta sin cenar”.
“Bajé 20 kilos en 3 meses”
Lo que comenzó con la intención de adelgazar y cuidarse para verse mejor terminó convirtiéndose en una prisión mental, en el que a su enemigo le comenzó a ver como su aliado: “Los problemas que tenemos con la comida son un enemigo que tienes en tu cabeza, que te quiere ver de una forma pero no te quiere ver bien». Aunque reconoce haber mejorado mucho gracias a la ayuda de sus amigos y familiares, sabe que las secuelas persisten. “Yo creo que nunca se llega a superar del todo algún día pero yo creo que sí se puede vivir una vida normal”, ha concluido la universitaria.
Sara del Río, también de 20 años, vivió desde niña una relación complicada con su cuerpo. Cuenta que recibía insultos por todas partes; en el colegio, en redes sociales e incluso en casa, sobre todo por parte de sus padres. Aquello le llevó a comer a escondidas. “Iba a la cocina, cogía lo que podía y me lo llevaba al cuarto a escondidas, sin que nadie lo supiese para poder comer a gusto». Con el tiempo, la ansiedad por la comida se convirtió en un detonante de atracones. “Si yo en la mesa tengo tres paquetes de donuts, un plato de macarrones hasta arriba, cinco galletas y tres pasteles, me lo tengo que comer todo hasta que acabe”. Fue necesaria la ayuda psicológica para empezar a entender y gestionar lo que estaba viviendo. La joven concluye afirmando que esa mala relación con su cuerpo sigue presente, aunque espera que gracias a la ayuda de los profesionales, esto pueda acabar algún día: “Yo nunca me he sentido a gusto con mi cuerpo aunque espero sentirme bien algún día».
El papel de las redes sociales
Uno de los indicadores que todas las entrevistadas mencionan es el papel y la presión provocada por las redes sociales. Alejandra Ramos, estudiante de psicología, afirma que las redes sociales muestran siempre una “vida perfecta y unos hábitos perfectos” que pueden provocar que las jóvenes desarrollen una inseguridad ante unos estándares irreales. Laura Bárcena, futura graduada en magisterio, coincide: “Inconscientemente te comparas y quieres ser como ellos”. Para la mayoría de ellas, estas aplicaciones se han convertido en un infierno en el que el contenido que consumen tiene una repercusión directa en su estado de ánimo.

Un hilo común que une todos estos relatos de estas mujeres es la falta de información y prevención. Ninguna de las jóvenes entrevistadas recuerda haber recibido charlas en su colegio o instituto sobre trastornos alimenticios o problemas similares relacionados con la salud física y mental. Sara Guevara, estudiante de 21 años de magisterio infantil, considera que eso es un grave error: “Muchas veces no se sabe cómo pedir ayuda. Yo nunca he tenido un trastorno, pero sí me quité ciertas comidas y actualmente sigo pensando que mi cuerpo no es válido”. Carolina Pérez, estudiante de la misma edad de economía también lo señala: “Nunca hemos tenido una charla sobre esto, pero me parece muy importante”. Y Laura Bárcena insiste en que hablar del tema, en contextos educativos y familiares, puede marcar la diferencia y ayudarte a ser consciente de tu situación: “Que alguien te diga que lo que estás pensando tú de qué estás gorda no es real”.
“Muchas veces no se sabe cómo pedir ayuda»
No todas las mujeres jóvenes llegan a desarrollar trastornos alimenticios, pero muchas viven en una relación frágil e inestable con su cuerpo y con la comida. Este es el caso de Alejandra Ramos y Laura Bárcena, que aunque nunca han tenido un problema severo, reconocen momentos marcados por la duda y la culpa. “Igual alguna vez he pensado que me había pasado comiendo pero nunca he dejado de comer”, dice Laura.
Lo que se repite en todos los testimonios es una llamada a la comprensión, al acompañamiento y a la educación emocional desde una edad temprana, ya que muchas veces es el propio entorno de las afectadas el que desencadena el problema. En un mundo que sigue presionando a las mujeres a la búsqueda del cuerpo perfecto, escucharlas es un acto de reparación. Y contar sus historias, aunque cueste, una forma de comenzar a cambiar la situación.
Recomendaciones
El estudio «Mujeres jóvenes y trastornos de la conducta alimentaria: impacto de los roles y estereotipos de género» realizado por María Calado y editado por el Instituto de las Mujeres, en 2024, analiza los trastornos alimentarios en mujeres jóvenes, enfatizando la influencia de estereotipos de género, insatisfacción corporal y la presión sociocultural. El informe sugiere que las recomendaciones principales para mejorar la situación son: promover la representación de mujeres con diversidad corporal, evitar hablar del cuerpo o aspecto físico de las mujeres y no asociar el éxito de una mujer con su peso corporal o apariencia física.
Los datos
Según la Fundación FITA, entidad privada sin ánimo de lucro cuyo objetivo es mejorar la salud y el bienestar de personas que enfrentan problemáticas asociadas a la salud mental, las hospitalizaciones de menores de 12 años por TCA han aumentado un 22% en el año 2024. Además, en España aproximadamente 400.000 personas sufren algún tipo de TCA, de las cuales 300.000 son jóvenes de entre 12 y 24 años. Asimismo, la fundación informa de que aunque no se trata de un problema únicamente femenino, el 71% de las jóvenes se identifica con un TCA, frente al 27% de los chicos.