“Encontrar un espacio de escucha es lo más importante para muchas personas”
En el corazón de Santander, más allá del ruido del centro y de las prisas cotidianas, un grupo de voluntarios dedica su tiempo a algo que no siempre se ve: escuchar. Cáritas no es solo una entidad que reparte alimentos o facilita ropa. Es, sobre todo, un lugar de acompañamiento. Un espacio donde cada persona que cruza la puerta no encuentra una solución inmediata, pero sí un proceso. Un recorrido.
A pesar de llamarse Cáritas Diocesana de Santander, el nombre engaña. Su ámbito de actuación abarca toda Cantabria pero también el Valle de Mena, en Burgos. Allí donde hay personas en situación de vulnerabilidad, hay una red tejida desde la fe, el compromiso social, y, sobre todo, desde la escucha. “Cáritas no es una ONG. Es parte de la Iglesia que se organiza para cuidar de quienes más lo necesitan”, explica Rodrigo Pérez García, coordinador de animación comunitaria y sensibilización.
Con 57 Cáritas parroquiales repartidas por toda la diócesis —desde Torrelavega a Castro Urdiales, pasando por Reinosa, Laredo o Potes— su presencia es constante. «Lo bueno de Cáritas es que ya estamos antes de que suceda una emergencia, actuamos durante y permanecemos después», apunta Rodrigo. Ese arraigo local es clave, sobre todo en zonas rurales donde muchas veces Cáritas es el único recurso cercano.
Aunque muchas personas llegan buscando ayudas concretas —alimentos, alquiler, suministros—, desde Cáritas insisten en que el mayor valor es la escucha. “Hay quien pide una tarjeta para el supermercado, pero lo que realmente necesita es alguien que le escuche, que le haga sentir que importa”, señala Rodrigo.
“Hay quien pide una tarjeta para el supermercado, pero lo que realmente necesita es alguien que le escuche, que le haga sentir que importa”, señala Rodrigo.

Es importante destacar que la labor de Cáritas en Santander se articula a través de varias instalaciones clave que permiten organizar los programas y la atención de manera eficaz. En los Servicios Diocesanos, ubicados en el edificio Rualasal 5, se lleva a cabo la atención primaria. Este espacio funciona como un núcleo de apoyo a las parroquias y al conjunto del territorio.
Por otro lado, en el centro Rualasal 4 se desarrollan proyectos específicos centrados en el acompañamiento a mujeres en situación de exclusión y a personas sin hogar. Allí también se organizan talleres y actividades que forman la base de estos programas. Además, Cáritas cuenta con el Hogar Belén, una casa de acogida destinada a personas con enfermedades crónicas que se encuentran en situación de vulnerabilidad, proporcionando un espacio de residencia y atención especializada.
Este entramado de instalaciones permite a Cáritas no solo actuar frente a situaciones de emergencia, sino también diseñar procesos de acompañamiento prolongados y adaptados a cada persona. Un ejemplo podría ser cuando desde una parroquia se detecta una persona sin hogar, el equipo especializado en esa área puede intervenir directamente para ofrecer apoyo y seguimiento.

Uno de los grandes retos que enfrentan a diario en Cáritas es la falta de información y acceso a derechos básicos. “Hay muchas personas que no saben que tienen derecho a la tarjeta sanitaria, o que pueden solicitar ayudas al ayuntamiento si tienen unos ingresos mínimos. No lo saben simplemente porque nadie se lo ha dicho”, apunta la voluntaria.
El primer paso, muchas veces, es ayudar a entender cómo funciona el sistema. Informar. Acompañar al empadronamiento. Derivar a servicios sociales. Mostrar que, existen derechos aunque no los conozcan. A pesar de que uno esté fuera del sistema, sigue siendo persona.
Si hay un tema que se repite constantemente, es la vivienda. “Nos llaman por eso continuamente”, dicen. En Santander, el precio de los alquileres ha subido tanto que incluso quienes tienen ingresos regulares y seguimiento social tienen serias dificultades para encontrar un lugar digno donde vivir.
Pero entre tanta dureza también hay luz. Rodrigo recuerda con emoción un proyecto con la Fundación EDP y Ecodes para mejorar viviendas: “Con pequeños arreglos —ventanas nuevas, aislamiento— la vida de muchas familias cambió radicalmente. Una mujer nos dijo que antes iba al supermercado solo para no pasar frío en casa”.
«Antes iba al supermercado solo para no pasar frío en casa», señaló una beneficiaria de Cáritas.
Otro ejemplo son los casos del programa de personas sin hogar, donde algunos han pasado de la calle a tener trabajo y estabilidad. “No siempre lo conseguimos, pero cuando alguien lo logra, todo el esfuerzo merece la pena”.
El trabajo es el otro gran problema. Y más aún para quienes se encuentran en situación administrativa irregular. “Si no tienes papeles, no puedes trabajar legalmente. Pero entonces, ¿de qué vives mientras tanto?”, se preguntan los voluntarios. “Y si trabajas, es en condiciones muy precarias, con abusos de horario o sin derechos”.
Detrás del mostrador de recepción, del despacho de escucha o del teléfono que suena sin parar, hay personas. Voluntarias. Hombres y mujeres que han decidido entregar parte de su tiempo para acompañar a otros. Pero no es fácil. “No es que sea gente difícil —explican—, pero se te va el corazón con las cosas que te dicen”.
Cáritas en Santander tiene 26 personas contratadas, pero el verdadero motor son los más de 350 voluntarios. Ellos sostienen las tareas diarias, el trato con las personas, los proyectos en parroquias y el acompañamiento emocional. Pero también necesitan cuidados.
“Te llevas las historias a casa, y eso pesa. A veces hay que aprender a desconectar para poder seguir ayudando”, dice Carmen, que dejó el acompañamiento hospitalario precisamente por esa carga emocional.
«Te llevas las historias a casa, y eso pesa», señaló Carmen López, voluntaria desde hace más de 14 años.
El mayor reto, coinciden varias voces, no es escuchar historias difíciles. “Lo más duro es no poder dar una respuesta inmediata. Saber que alguien lo está pasando mal y tener que esperar a completar un proceso”. Cáritas no da respuestas rápidas ni se limita a repartir ayudas. Todo parte de un modelo de acompañamiento prolongado. No basta con entregar una ayuda puntual: se hace un seguimiento personal, se estudian los derechos sociales a los que la persona puede acceder, se la orienta en su camino hacia una vida más digna.

La formación para voluntarios es continua. Se aprende sobre los principios de Cáritas —la escucha, el respeto, el acompañamiento—, se revisan casos y se actualizan recursos. Pero también se trabaja algo igual de importante: el autocuidado.
El perfil de quienes acuden a Cáritas es muy variado, pero hay una constante: la movilidad. Muchas personas van de ciudad en ciudad buscando una oportunidad. Una mujer, por ejemplo, llegó desde Barcelona a Santander siguiendo la recomendación de una amiga: “Me dijo que aquí podría encontrar algo, que había oportunidades”. Ella trabajaba desde hace años en España, pero seguía sin papeles. Su hija logró regularizarse con la nueva normativa, pero ella no.
Uno de los retos actuales de Cáritas es la financiación. El perfil del donante ha cambiado. “Los donantes tradicionales, mayores, confían sin preguntar. Pero los jóvenes exigen transparencia, quieren ver el impacto directo”, explica Rodrigo.Eso obliga a mejorar la comunicación. Hacer visible que Cáritas ya no es solo reparto de alimentos: es asesoramiento, acompañamiento, formación, vivienda, integración. “Hacemos mucho más de lo que la gente cree. Y necesitamos contarlo”.
No siempre se puede ayudar. Pero se escucha. Y eso, aunque no sea una solución inmediata, ya es un comienzo. Cáritas no es un sitio al que ir a pedir. Es un sitio al que ir a ser acompañado. Con procesos largos, sí. Pero con personas que están ahí para no dejarte solo.