Historia escrita sobre rocas
Si haces una línea recta desde Madrid hacia el norte, llegarás a Cantabria, aún más al norte, a Santander, y si sigues un poco más, tan al norte como el norte llega en España, te encontrarás con una serie de acantilados, cavernas, dunas, calas y formaciones rocosas de todos tipos. Un litoral que, según en qué parte te encuentres y con qué clima lo visites, podría fácilmente pasar por una playa escondida del Mediterráneo, con esos distintos tonos de azul en sus aguas tranquilas, o por un acantilado abrupto y verde de las Islas Feroe, donde la niebla, la lluvia y las olas son implacables. Pero no. Está aquí, en Cantabria, en España.
Ese entorno tan particular, tan caprichoso, forma parte del Geoparque Costa Quebrada, recientemente reconocido como Geoparque Mundial de la UNESCO.
Geoparque Costa Quebrada
Cuando Javier Álvaro Apezteguía habla de la Costa Quebrada, lo hace con claridad, domina los diferentes aspectos del territorio que recorre el litoral cántabro. Es el responsable del Área de Educación del Geoparque Costa Quebrada y, además, miembro activo de la asociación que lo impulsa desde hace años. “Un geoparque no se conoce, se descubre”, dice.
“Un geoparque no se conoce, se descubre”
El Geoparque Costa Quebrada, incorporado hace cosa de un mes a la Red Mundial de Geoparques de la UNESCO, es un territorio extenso y plural. Abarca 344 kilómetros cuadrados: 269 de superficie terrestre y 75 de áreas marinas. Incluye ocho municipios: Santander, Santa Cruz de Bezana, Polanco, Piélagos, Santillana del Mar, Miengo, Suances y Camargo. “Mucha gente piensa que solo es la parte del litoral, pero no. El geoparque también incluye zonas interiores, cuevas, valles, patrimonio cultural y natural”, aclara.
La historia de la asociación Costa Quebrada comienza en 2003, tras el desastre del Prestige. “La asociación nació del voluntariado. Mucha gente preocupada por el territorio se organizó para limpiar playas. De ahí surgió la conciencia de que este lugar tenía un valor singular que había que cuidar”, recuerda. El nombre lo propuso Jesús Mojas, considerado hoy el “padre” de la idea. Desde entonces, la asociación ha ido creciendo y profesionalizándose, manteniendo un trabajo constante de divulgación, conservación y coordinación con los municipios.
Un geoparque es “una figura reciente, creada para poner en valor territorios con geología de relevancia internacional, y a través de esa geología, generar desarrollo sostenible”, explica Apezteguía. Para formar parte de la Red Mundial de Geoparques de la UNESCO, como ocurrió con Costa Quebrada hace apenas unas semanas, hay que reunir ciertas condiciones: una geología destacada, límites definidos, un plan de gestión, y demostrarlo con documentación que lo reúna todo.
“El proceso para entrar en la red fue largo. Primero enviamos el dossier a UNESCO España, luego a París. Después vinieron los evaluadores internacionales durante tres o cuatro días. Hicieron un checklist detallado, y finalmente recibimos la resolución”, detalla.
Lo peculiar de este geoparque es su alta densidad demográfica. En total, alrededor de 269.000 personas viven en dentro de sus límites, “estamos en la zona más poblada de Cantabria, porque Santander también forma parte del territorio de interés geológico de la Unesco”. Este contexto convierte a Costa Quebrada en una excepción dentro de la red de geoparques, donde la mayoría de los territorios suelen estar despoblados o poco transitados. Aquí ocurre lo contrario. “Esto también lo hace más dinámico. Hay una participación real de la sociedad que lo habita”, explica Apezteguía.
Esa densidad humana implica retos. “Uno de los más importantes ahora mismo es la gestión del turismo, tiene que estar muy claro hacia dónde se quiere orientar. Hay que priorizar lo local, el respeto por el ecosistema, y evitar las lógicas del crecimiento rápido a toda costa”. En otras palabras, no basta con haber conseguido el reconocimiento de la UNESCO: mantenerlo es más difícil que obtenerlo.
“No basta con haber conseguido el reconocimiento de la UNESCO: mantenerlo es más difícil que obtenerlo”
La asociación y el geoparque impulsan programas educativos para escolares, talleres, actividades interpretativas, experiencias de cercanía y voluntariados. También trabajan en mesas participativas con actores del territorio, con la intención de que todos formen parte activa de su gestión. “Estamos mediando entre productores locales, empresas de turismo, propietarios de tierra –como pueden ser ganaderos o agricultores–, y asociaciones conservacionistas”.
La geología del entorno
Costa Quebrada es el resultado de un proceso histórico. Las distintas formaciones rocosas que hoy dibujan los acantilados, islas, cuevas y playas de este litoral del norte de España no son fruto del azar, sino de un conjunto de procesos de cientos de millones de años.
Antonio Cendrero Uceda, catedrático emérito de Geodinámica Externa en la Universidad de Cantabria y académico numerario de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España, es uno de los científicos que mejor conoce este paisaje. Él lo explica de forma sencilla: «Las estructuras rocosas de Costa Quebrada son el resultado del depósito de sedimentos, su compactación, su posterior deformación y erosión por distintos agentes, sobre todo las aguas superficiales y la dinámica del océano».
Es decir, lo que vemos hoy es una larga historia escrita en capas de roca. En Costa Quebrada predominan las calizas y margas, aunque también hay areniscas, limolitas, arcillas e incluso sales. Todas ellas son rocas sedimentarias, formadas en ambientes marinos –de diferentes profundidades– y litorales. Su composición y disposición afectan directamente a cómo se erosiona el paisaje y a la variedad de formas que adquiere. Algunas resisten mejor que otras al embate del mar; de ahí los contrastes tan marcados.
“Lo que vemos hoy es una larga historia escrita en capas de roca”
Cendrero explica que estas rocas comenzaron a formarse hace aproximadamente 250 millones de años, en el periodo Triásico, y siguieron acumulándose hasta el Eoceno, hace unos 30 millones de años. Luego vinieron los plegamientos y fracturas provocados por la Orogenia Alpina, el proceso tectónico que también levantó los Alpes y la Cordillera Cantábrica. Desde entonces, el viento, las lluvias, las mareas y las olas han ido modelando poco a poco el relieve, con la ayuda de los cambios climáticos y las variaciones en el nivel del mar. “Por ejemplo –añade Cendrero–, a lo largo del Pleistoceno y Holoceno (los últimos 2,6 millones de años) hubo una treintena de pulsaciones climáticas. En el último máximo glaciar (mínimo térmico), hace unos 26.000–19.000 años, el nivel del mar estaba unos 125 m por debajo del actual”.
Si bien existen otras costas en el mundo con algunos rasgos similares —como el litoral del Geoparque de la Costa Vasca—, “lo que hace especial a la Costa Quebrada –señala el científico–, es que, en un espacio reducido, se pueden observar distintas etapas de la evolución de un litoral en retroceso, condicionado por la naturaleza de las rocas y la disposición de sus estructuras, que permiten hacer un viaje en el tiempo de varios cientos de miles a unos millones de años”.
“En Costa Quebrada, en un espacio reducido, se pueden observar distintas etapas de la evolución de un litoral en retroceso”
¿Y qué riesgos enfrenta este espacio? Desde el punto de vista natural, los más frecuentes son los deslizamientos de tierra, las caídas de rocas –sobre todo en la costa y en zonas de rocas poco compactas–, y las inundaciones. Sin embargo, los mayores riesgos para el patrimonio natural y la calidad ambiental del entorno, no han venido del mar ni del clima, sino del ser humano. La expansión urbana y la construcción de infraestructuras, especialmente a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI, han alterado de forma mucho más radical este paisaje milenario.






El ecosistema en Costa Quebrada
“El orden desde el mar hacia el interior de Cantabria es: mar, acantilados y playas, prados fértiles, y al final, los pinares de la Picota”, resume Emilio Secunza, guía de naturaleza en los Valles Pasiegos por parte de Naturea Cantabria. Y cada una de esas capas encierra un mundo propio.
A ras de mar, entre los acantilados, crece una vegetación resistente. “Hay plantas que aguantan sumergidas cuando sube la marea. Según se asciende, la vegetación cambia, pero siempre está determinada por su resistencia a la maresía: aire cargado de humedad y sal pulverizada”, explica. Las plantas más sensibles se adaptan formando cojinetes de tallos entrelazados que alcanzan hasta un metro de altura. “Se acorazan, se tapan para protegerse. Generan ese afelpado natural que casi invita a tumbarse ahí”.
Más tierra adentro, los acantilados dan paso a praderas fértiles que antes fueron bosques. “Según se dice, fueron talados para construir la mítica Armada Invencible –una flota naval española de 1588 que tenía el objetivo de invadir Inglaterra–”, comenta Emilio. Hoy, esos prados crecen sobre arcillas descendidas desde la Sierra de la Picota: “La caliza de la sierra se descompone con la lluvia, y su arcilla baja y se asienta en zonas planas. Es un suelo que conserva el agua. Ahí crecen hinojo, margaritas, centaurea, trébol rojo, blanco, entre otras”.
Pero el agua no llega igual a todas partes. La propia Sierra de la Picota, de piedra caliza, no retiene la humedad. “Aunque llueva como llueve en Cantabria, ese suelo es seco. Por eso ahí crecen especies mediterráneas como la coscoja, el madroño o el melojo, igual que en Valencia o en la Costa Brava”. Y con esa flora llega también una fauna inesperada: “En el litoral cántabro puedes ver aves como la curruca cabecinegra, típicas del sur de España, de zonas mucho más áridas”.






Las dunas de Liencres
“Las dunas son un ecosistema sobresaliente. Es un ecosistema que va madurando con el tiempo”, dice Emilio. La primera línea, pegada al mar, está formada por montículos de arena inestable, las llamadas dunas embrionarias. Más atrás, las secundarias comienzan a fijarse con ayuda del barrón, una planta de tallos largos que actúa como cortavientos natural. Y aún más lejos, las dunas terciarias se acercan al borde de la vida humana: caminos, carreteras, urbanización.
En el siglo XX, para evitar que la arena invadiera las carreteras, se plantaron pinos marítimos, parasol y de Monterrey. “Ese pinar artificial creó un nuevo ecosistema. Al caer sus hojas, se formó un suelo fértil que permitió el crecimiento de matorrales. Ahí ahora viven jabalíes, zorros, erizos”, relata. Las aves también llegaron: mirlos, picapinos, gaviotas, andarríos y ostreros. La ría de Mogro, que desemboca en estas dunas, es un punto clave de avifauna.
Las condiciones, sin embargo, son extremas para la mayoría de la vegetación. “El viento trae sal y granos de arena que hieren a las plantas. Por esas heridas les entra la sal y la humedad, y las mata. Solo sobreviven especies totalmente adaptadas”, afirma Emilio. De ahí su fragilidad, y también su importancia.




Naturea Cantabria: enseñar para proteger
La labor de Naturea Cantabria parte de una premisa sencilla: “Se dice que la gente no respeta lo que no conoce, y nosotros buscamos que la gente conozca este ecosistema”. Emilio Secunza lo ha visto muchas veces en sus rutas: “Al inicio de la explicación, la gente pisa las plantas sin darse cuenta. Al final, son ellos los que corrigen a otros para que no las pisen”.
“Se dice que la gente no respeta lo que no conoce, y nosotros buscamos que la gente conozca este ecosistema”
Naturea lleva a la ciudadanía a espacios protegidos de Cantabria para mostrar, desde el terreno, cómo funciona un ecosistema: qué crece, dónde, y por qué. No se trata solo de nombrar plantas o señalar aves, sino de entender los procesos: cómo la sal moldea la vegetación, cómo el suelo cambia el tipo de flora, cómo las especies se adaptan a lo que parece imposible.