Camino a la esperanza
Durante años, Venezuela ha estado sumida en una crisis que trasciende lo político y se ha transformado en un fenómeno humanitario. La represión, la inseguridad, la inflación descontrolada y el colapso de los servicios públicos han forzado a millones de personas a abandonar su hogar. Algunas de ellas han recalado en Santander, donde tratan de rehacer sus vidas lejos de la violencia, la persecución y la incertidumbre. Entre quienes huyen hay políticos, familias y jóvenes que buscan una segunda oportunidad.

En este reportaje se dan cita tres almas distintas, unidas por una misma causa: un senador español que lleva tiempo denunciando la situación desde la Cámara Alta; un diputado regional que huyó tras ser perseguido por su activismo político; y una joven familia que cruzó la frontera con una bebé en brazos, buscando simplemente vivir en paz.
Una mirada institucional
Desde las instituciones españolas, algunas voces políticas han puesto el foco en la situación de Venezuela no solo como una crisis interna, sino como un fenómeno de alcance internacional que afecta directamente a España. El senador autonómico y portavoz del Partido Popular en la Comisión de Asuntos Iberoamericanos, Iñigo Fernández, defiende que lo que ocurre en el país caribeño no es una mera cuestión ideológica, sino un problema democrático de primer orden: “Allí no queda ni rastro de Estado de Derecho, ni de garantías básicas para la ciudadanía”, señala con contundencia.
La comisión que representa lleva décadas activa en el Senado y, según Fernández, ha hecho de la defensa de los derechos humanos en Iberoamérica uno de sus ejes centrales. De hecho, Venezuela ha sido —en sus palabras— el país “sobre el que más veces hemos debatido y votado durante esta legislatura”. Para el senador, lo ocurrido en el país latinoamericano es el resultado de una estrategia política orquestada desde Cuba y articulada a través del Foro de São Paulo, que ha dado lugar a una red de gobiernos que comparten métodos autoritarios bajo discursos populistas.
En su análisis, Fernández vincula este proceso con una peligrosa pérdida de libertades que ha forzado a millones de venezolanos a abandonar su país. “Más que migrantes económicos, muchos de ellos son exiliados políticos, perseguidos o simplemente asfixiados por un sistema que ya no permite desarrollar una vida digna”, asegura. Y añade que casi todos los que llegan a España lo hacen con la ayuda de algún familiar o amigo, porque “nadie llega solo en una diáspora como esta, que ya afecta a un tercio del país”.
El senador lamenta que el Gobierno español haya optado por una postura “ambigua o complaciente” frente al régimen de Maduro. Acusa abiertamente al expresidente José Luis Rodríguez Zapatero de haber actuado como “blanqueador del régimen”, más interesado —dice— en mantener determinados vínculos políticos que en facilitar una transición democrática. Según afirma, la connivencia institucional ha llegado incluso a episodios tan polémicos como la entrada de la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez en el aeropuerto de Barajas, a pesar de tener prohibido el acceso a suelo europeo.
En este contexto, Fernández cree que la ayuda más urgente que España puede prestar no se limita a trámites administrativos, sino que pasa por una respuesta clara y firme frente a la dictadura. Propone, entre otras medidas, el reconocimiento del resultado electoral de 2024 que daría la victoria a Edmundo González Urrutia, la presión internacional coordinada para impulsar una transición democrática y la imposición de sanciones individuales a los dirigentes del régimen, como ya se ha hecho con Rusia tras la invasión de Ucrania.
“Lo que los venezolanos esperan de nosotros no es solo comprensión, sino decisión. Necesitan saber que no están solos”, concluye el senador, convencido de que la comunidad internacional debe reaccionar con determinación si se quiere evitar que el exilio siga siendo la única salida.
«Más que migrantes económicos, muchos de ellos son exiliados políticos, perseguidos o simplemente asfixiados por un sistema que ya no permite desarrollar una vida digna» —Iñigo Fernández
Del escaño al exilio
Manuel García fue elegido diputado regional en el estado venezolano de Aragua en 2021. Pocos años después, su vida dio un giro radical. La recolección de actas que verificaban el triunfo de la oposición en su estado lo convirtió en objetivo político. “Me abrieron expedientes por terrorismo y legitimación de capitales. No por lo que hice, sino por lo que representaba”, explica ahora, desde Santander, donde vive exiliado tras una huida improvisada que, según cuenta, le salvó la vida.

Las amenazas comenzaron poco después de las elecciones del 28 de julio de 2024. Al día siguiente, recibió una advertencia directa: tenía horas para abandonar el país. Huyó sin apenas equipaje, cruzando la frontera con Colombia en una chalana guiada por grupos armados, hasta llegar a Bogotá. Desde allí tomó un vuelo a Madrid y más tarde se instaló en Santander, donde reside parte de su familia. “Salí con lo puesto. Dejé mi casa cerrada, sin saber si algún día podría volver a verla”.

La represión fue el detonante, pero la situación económica venía minando la vida cotidiana desde hacía años. Manuel describe un sistema caótico donde las monedas convivían en la confusión y la improvisación: bolívares, dólares oficiales y dólares del mercado paralelo. La referencia no era ya una cartilla de precios, sino una aplicación móvil que dictaba cada día el valor del dólar y, con él, los precios de los productos más básicos. “Un kilo de carne podía costar ocho bolívares una semana y catorce la siguiente. No había forma de planificar, ni de entender lo que valía realmente el dinero”, explica. En muchas zonas del país no circulaba papel moneda y los pagos debían hacerse exclusivamente con el móvil, lo que marginaba aún más a quienes no tenían acceso a internet o dispositivos electrónicos.
En ese contexto de precariedad generalizada, las protestas y los gestos mínimos de disidencia eran duramente castigados. García habla de listas negras, de mensajes intimidatorios y de un régimen que “no perdona a quienes representan una amenaza, aunque sea simbólica”. Desde su llegada a España, no ha recibido ayuda directa de las instituciones. Su mayor respaldo ha sido su entorno familiar. A pesar del exilio forzoso, Manuel no se ha desconectado de la política venezolana: sigue en contacto diario con compañeros de su estado y mantiene viva su vocación pública.
“No sueñas con irte de tu país. Cuando eres niño, piensas en construir, no en huir”, dice. Y aunque intenta adaptarse a su nueva vida, no oculta su deseo de regresar algún día, cuando —como repite a menudo— Venezuela vuelva a ser libre.
“Salí con lo puesto. Dejé mi casa cerrada, sin saber si algún día podría volver a verla”—Manuel García
La familia como refugio
Pablo y María llegaron a Santander a finales de 2024 junto a su hija Lucía, de apenas seis meses. Salieron de Mérida, uno de los estados más contestatarios del país, en plena madrugada y sin apenas aviso, tras los primeros arrestos masivos que siguieron a las elecciones de julio. Lo que esperaban que fuera un proceso de transición pacífica terminó convirtiéndose en una ola de persecuciones, detenciones arbitrarias y desapariciones. “Salimos con miedo. No sabíamos si nos estaban siguiendo”, recuerda María.
Ambos relatan cómo la represión no distingue ya entre políticos y civiles, entre chavistas y opositores, entre jóvenes y ancianos. Hablan de niños con autismo encarcelados, de pacientes oncológicos privados de tratamiento, de mujeres embarazadas retenidas sin causa. “El miedo es una política de Estado. Ya no importa a quién votes. Si das un paso, si levantas una pancarta, puedes acabar en una celda”, explica Pablo.

Una vez en Santander, la adaptación ha sido desigual. Si bien agradecen la acogida general y se sienten seguros, critican la lentitud de los procesos administrativos. “No siempre se comprende que quien llega no tiene documentos porque huye. Y esos papeles los expide el mismo Estado que te persigue”, denuncia María. A ello se suman las dificultades para acceder a una vivienda o conseguir un trabajo cualificado. “Aquí, muchas veces, lo que sabes hacer no cuenta. Te toca empezar de cero”, admite.
Pese a todo, mantienen viva la esperanza. La fe ocupa un lugar esencial en su vida cotidiana. María lleva consigo una figura de José Gregorio Hernández, un médico venezolano venerado como santo protector de la salud. “Nos acompaña desde que salimos. Lo llevamos por Lucía, para que esté protegida”, cuenta. En su pequeña casa de Santander, la figura ocupa un lugar visible, como recordatorio de lo que han dejado atrás y de lo que aún desean construir.

Los dos sueñan con volver algún día. Pero mientras eso llega, su objetivo es claro: estabilidad. Que su hija crezca sin miedo. Que puedan trabajar en lo que saben hacer. Y que, por fin, puedan dejar de huir.
“Da igual a quién votes. Si das un paso, si levantas una pancarta, puedes acabar en una celda” —Pablo López
El camino del exilio está lleno de ausencias, burocracia y miedos, pero también de pequeños gestos de acogida, de resistencia silenciosa y de deseo de futuro. Las voces de quienes han huido de Venezuela resuenan en Santander como recordatorio de que la libertad, cuando se pierde, cuesta generaciones recuperarla. Mientras la represión se mantiene al otro lado del Atlántico, aquí, en esta esquina del norte de España, algunos siguen intentando reconstruir su vida con dignidad. Porque marcharse duele, pero no rendirse es también una forma de volver a empezar.