Expertos apuestan por la educación digital frente a la prohibición del móvil en niños y adolescentes
Los jóvenes de hoy en día no han conocido un mundo sin internet ni teléfonos móviles. Son verdaderos nativos digitales que han crecido rodeados de pantallas, aplicaciones y redes sociales. Su forma de comunicarse, aprender y divertirse está profundamente influenciada por la tecnología, marcando una gran diferencia con generaciones anteriores.
Mientras que antes las amistades se construían en el parque o en la calle, hoy muchas conversaciones importantes ocurren a través de mensajes de texto o videollamadas. Las redes sociales se han convertido en el escenario principal donde los jóvenes muestran su identidad y donde, aunque de forma superficial, su valor social se mide a través de “likes”, seguidores y comentarios.
Estas situaciones, en las que jóvenes pasan horas usando el móvil sin apenas ser conscientes, ya no resultan excepcionales, sino que están volviéndose algo común en muchos hogares. En concreto, para algunos niños y adolescentes, el móvil ya no es una simple herramienta que facilita la vida, es casi una extensión más de ellos mismos.
El uso excesivo y poco controlado del móvil está generando cada vez más preocupación entre padres, educadores y profesionales de la salud. Problemas físicos, trastornos psicológicos, dificultades en el aula y una vida social cada vez más dependiente de lo virtual plantean una pregunta urgente: ¿estamos enseñando a los adolescentes a convivir de forma saludable con la tecnología o simplemente los estamos dejando solos frente a la pantalla?
El desarrollo de la tecnología ha evolucionado a una velocidad vertiginosa y con ello, a su vez, el uso del móvil. Ahora ya no se utiliza para hacer llamadas o enviar mensajes sino que abarca redes sociales, plataformas de vídeo, videojuegos y una cantidad inmensa de posibilidades. A esto se suma que, cada vez, los jóvenes reciben su primer móvil antes. Varios estudios aseguran que la mayoría consigue su primer teléfono entre los 10 y 12 años, y pasan más de 4 horas al día conectados, muchas veces sin una supervisión clara.
La mayoría de los adolescentes consiguen su primer teléfono entre los 10 y 12 años y pasan más de 4 horas al día conectados, en muchas ocasiones sin una supervisión clara
Aplicaciones como TikTok, Instagram, YouTube y WhatsApp dominan la rutina digital de los adolescentes, creando lugares donde socializan o se entretienen. Pero también tienen un lado oscuro, especialmente a estas edades. Estos espacios suelen enseñar la cara idealizada de la realidad, reflejando así sólo una parte de la vida de una persona. Por ello, es fácil caer en la trampa de compararse con quienes tienen una vida aparentemente perfecta e incluso, a edades tempranas, construir su propia identidad o percepción basándose en imágenes irreales.
Además, la presencia constante del móvil ha difuminado los límites entre lo público y lo privado, entre el tiempo de descanso y el de estudio y entre el ocio real y el virtual. Muchos jóvenes se sienten “obligados” a estar conectados por miedo a quedarse fuera de lo que pasa en sus grupos o a perderse alguna tendencia. Este fenómeno, conocido como “FOMO” (miedo a perderse algo), alimenta una relación cada vez más dependiente del dispositivo.
Además, la pandemia reforzó el papel del móvil como herramienta esencial y los hábitos que se consolidaron en ese tiempo han quedado arraigados en muchas personas. Así, los móviles se han convertido en protagonistas de la vida adolescente, pero su uso no siempre va acompañado de educación digital, límites claros ni conciencia sobre sus posibles efectos.
Problemas físicos y psicológicos asociados al uso del móvil
Cada vez más expertos alertan de las consecuencias corporales que tiene pasar horas frente a una pantalla, especialmente en una etapa tan sensible como la adolescencia.
Según recoge El País en un reportaje reciente, una de las afecciones más comentadas en los últimos años es la denominada «WhatsAppitis», un tipo de tendinitis provocada por el uso repetitivo de los pulgares al enviar mensajes o deslizarse por las pantallas táctiles. Este término refleja un problema real: el sobreuso de los dedos y articulaciones de la mano, sobre todo el pulgar, puede derivar en rigidez, dolor crónico o incluso pérdida de movilidad.
Fisioterapeutas como Jonatan Alonso Morte explican que el movimiento repetitivo y constante al utilizar el móvil genera sobrecarga en los tejidos, afectando a tendones, músculos, articulaciones y nervios. De hecho, se están observando casos de adolescentes con lesiones en la base del pulgar por el uso del móvil y de consolas.
Hay adolescentes con lesiones en la base del pulgar por el uso excesivo del móvil y de consolas
Además del desgaste en las manos, la fisioterapeuta María Martín advierte que muchos adolescentes presentan dolores cervicales y contracturas por mantener la cabeza inclinada durante largos periodos. Esta postura, mantenida en el tiempo, puede provocar cifosis (una curvatura anormal de la columna cervical), que en algunos casos llega a convertirse en estructural, dificultando su corrección futura.
Tampoco se pueden pasar por alto los efectos en la vista. Ana Belén Cisneros del Río, vicedecana del Colegio de Ópticos Optometristas de Castilla y León, señala que el esfuerzo constante de acomodación visual que exige mirar de cerca durante tanto tiempo puede producir fatiga visual y estar relacionado con el aumento de la miopía en adolescentes. Para prevenirlo, recomienda seguir la regla del 20-20-20: cada 20 minutos, mirar durante 20 segundos algo que esté a 6 metros de distancia, además de mantener una buena iluminación ambiental y sostener el dispositivo a unos 40 cm de distancia.
Como advierten los expertos, la prevención es clave: realizar pausas cada 30 minutos, alternar el uso del pulgar con otros dedos (como el índice), usar asistentes como lápices táctiles, y evitar sostener el móvil con fuerza o a una altura inadecuada puede ayudar a reducir significativamente el impacto físico.

Además el uso excesivo del teléfono móvil presenta una serie de riesgos para la salud mental y el desarrollo emocional y cognitivo de los menores, según el Consejo General de Psicología en España:
- Adicción, ansiedad y salud mental
Diversos estudios alertan sobre el uso problemático de las redes sociales y el móvil como una fuente de ansiedad, depresión, insatisfacción corporal, trastornos del sueño, del lenguaje y de la alimentación, baja autoestima y aislamiento social.
Desde 2012, coincidiendo con la masificación del uso de redes sociales, se ha observado un aumento en la incidencia de conductas autolesivas, trastornos alimentarios y otros problemas psicológicos, en lo que algunos expertos han denominado una auténtica «crisis de salud mental» entre la infancia y la juventud.
- Adicción comportamental y efectos del diseño de las plataformas
El diseño adictivo de las plataformas digitales ha llevado al desarrollo de patologías como la selfitis (obsesión por tomarse selfies) y la adicción al móvil, comparables a adicciones como el juego patológico. Estas conductas pueden interferir en el desarrollo de la autorregulación emocional y cognitiva y fomentar un vínculo insano con el entorno digital.
- Sobreestimulación y consecuencias en el desarrollo infantil
Los menores de 0 a 6 años son especialmente vulnerables. La sobreexposición temprana a pantallas produce una estimulación excesiva, en la que lo normal se vuelve aburrido y pierden interés por actividades fundamentales claves para el desarrollo emocional y social. Además, interfiere en la relación con sus cuidadores, especialmente, cuando ellos también están absorbidos por sus dispositivos.
Los niños que están muy expuestos a las tecnologías son más irritables, toleran peor la frustración y presentan dificultades para concentrarse o esperar. Estudios longitudinales ya revelan afectaciones neurológicas en el caso de adolescentes con alto consumo de redes sociales.
- Déficits de socialización y construcción de identidad
El desarrollo de una identidad sana en la infancia y adolescencia requiere interacción en persona y validación social real. Sin embargo, la vida detrás de una pantalla, con un algoritmo que se alimenta continuamente de contenido personalizado, empobrece las relaciones sociales y las habilidades necesarias para establecer vínculos.
- Falta de preparación digital crítica y educativa
A pesar de los riesgos, una parte significativa de las familias (24,5%) nunca ha hablado con sus hijos sobre los peligros de internet según una investigación realizada por Kaspersky, y solo el 36% de los menores ha recibido formación en ciberseguridad en sus centros educativos. La falta de educación digital crítica impide a los menores discernir información fiable, gestionar su identidad digital o actuar con autonomía en entornos virtuales complejos.
- Consecuencias a largo plazo
Los efectos psicológicos no se limitan al presente. La exposición prolongada desde edades tempranas puede dejar secuelas duraderas en diversas áreas: emocional, cognitiva, conductual y social. Las carencias acumuladas en la infancia (como una escasa tolerancia a la frustración o falta de recursos emocionales) pueden manifestarse en la adolescencia y adultez como dificultades para afrontar los retos cotidianos.
Uso del móvil en los colegios

El uso de móviles en el contexto escolar ha generado un intenso debate social. Diversas comunidades autónomas, asociaciones de padres y entidades civiles han propuesto la restricción o prohibición del móvil en menores de 16 años, incluso mediante recogidas de firmas que han alcanzado el Congreso. Esta preocupación surge del reconocimiento de los riesgos que el uso recreativo de las pantallas conlleva para el aprendizaje y la salud mental.
En el caso de Cantabria, los centros ya han restringido el uso del móvil en las aulas para cuestiones que no sean educativas. Esta medida se ha considerado «necesaria» por muchos docentes.
Sin embargo, tanto la Asociación Española de Pediatría como la Agencia Española de Protección de Datos han advertido que las prohibiciones indiscriminadas carecen de respaldo científico sólido y no constituyen una solución efectiva. En cambio, se subraya la necesidad de una educación digital crítica y saludable, construida mediante el consenso entre familias, centros escolares, profesionales de la salud e instituciones.
En este sentido, el experto en psicología, José Ramón Ubieto, en una entrevista realizada por el Consejo General de Psicología en España, considera que la solución no reside en prohibir el uso del móvil, sino en establecer condiciones temporales y espacios específicos para su uso, promoviendo un equilibrio entre lo virtual y lo presencial. “La tecnología debe ser un complemento del lazo social, no su sustituto. Para ello, se requiere una acción colectiva, no solo educativa, sino también cultural y legislativa”, asegura.
La solución no reside en prohibir el uso del móvil, sino en establecer condiciones temporales y espacios específicos para su uso, según José Ramón Ubieto, experto en psicología
Las aulas deben ser espacios que garanticen un desarrollo integral y equilibrado, especialmente en los primeros años de vida. En las primeras etapas educativas muchos profesionales coinciden en que las pantallas no deben formar parte del entorno educativo, dado que la presencia física, el juego, la relación con iguales y la interacción con el docente son insustituibles.
A partir de etapas más avanzadas, se puede y se debe introducir la educación digital, pero con un enfoque pedagógico, crítico y basado en el uso consciente y no recreativo. Mario Pérez, experto en psicología entrevistado por el Consejo General de Psicología en España, propone que los dispositivos sean provistos por los centros y utilizados con fines estrictamente educativos, dejando fuera del aula el uso personal de los móviles. Además, subraya que el diseño de las redes (con sus mecanismos de adicción como el «me gusta», el scroll infinito o las notificaciones) debería ser objeto de una regulación firme por parte de los poderes legislativos.
Por tanto, el móvil es una herramienta poderosa que ha transformado radicalmente la vida de los adolescentes y niños, ofreciendo oportunidades únicas para aprender, conectar con otras personas y expresarse. Pero su uso descontrolado puede traer consigo consecuencias físicas, psicológicas y sociales que no se deben ignorar.
El reto actual reside en aprender a convivir con él de manera saludable y consciente, tomando las cosas buenas que aporta como herramienta, pero sin dejar que nos absorba. Para ello, tanto familias, escuelas, órganos legislativos y los propios adolescentes y niños deben remar en la misma dirección. Así se podrá evitar que la vida se reduzca a una pantalla y preservar lo fundamental, es decir, las relaciones humanas genuinas y la capacidad de vivir y valorar el presente.