Del bolígrafo al teclado
La escritura a mano, el sonido del bolígrafo, las letras torcidas en el folio, los tachones… todo ello cuenta una historia propia, una historia cada vez más lejana para algunos. La escritura a mano, esa habilidad cotidiana que era esencial para algunos hace años, hoy parece ser sustituida por los medios digitales. Pero aún hay quienes la definen como un ejercicio de memoria, identidad e incluso como algo que transmite emoción y nostalgia.
La letra de Rosa María Ruiz, con setenta y nueve años, es pequeña y firme, como si el tiempo no hubiera pasado por sus cuadernos de caligrafía del colegio. “Hoy en día se escribe fatal, con muchas faltas de ortografía”, lamenta. A su edad, apenas escribe, salvo como ella misma afirma, “solo las firmas”. Aún así, Rosa María recuerda con nitidez los dictados del colegio y las libretas donde anotaba todo lo que tenía que estudiar. Su generación creció con la escritura a mano como forma principal de comunicación, aprendizaje y hasta de contacto.
“Todo se hacía a mano”, recuerda también Valentín Fría, un hombre de setenta y cinco años del pueblo de Polanco. “Escribir a mano tiene algo que no se puede reemplazar. Te conecta contigo mismo”. Junto a su mujer guarda cartas y notas de su juventud. “En una carta te parabas a pensar y era más sentimental”, afirma Antonia Díaz, de setenta y dos años. Hoy, escribe por Whatsapp a sus nietos y en el grupo de su coral, pero confiesa que nada se compara a lo que se expresaba antes en una simple carta.
El papel como ejercicio mental
Gustavo Rodríguez, con sesenta años, coincide en algo que se ha perdido. “Antes te corregían la letra, te bajaban la nota por mala caligrafía. Hoy se escribe sin pensar. Escribir a mano te obliga a estructurar mejor las ideas”. Cuenta que ahora usa el teléfono e incluso las redes sociales, pero en el fondo, sigue prefiriendo el papel para cosas personales. “Cuando lees algo escrito a mano, te transporta a ese momento. Es diferente”.
A pesar de ello, los jóvenes como Raquel Arias, han crecido con un pie en cada lado de ambas realidades. “Durante mis estudios tomaba apuntes a mano y luego los pasaba a ordenador para ordenarlos. Ahora, en mis prácticas, sigo escribiendo mucho a mano por el papeleo de la oficina, pero también usamos el correo electrónico y demás asuntos que conllevan el ordenador”. Raquel es de las que conserva cuadernos de su infancia. “Tenía un diario, y a veces escribía cartas a mis abuelos. Me parece muy bonito tener esos recuerdos por escrito”.
Gabriela Ortíz y Noa Cabrero, estudiantes de colegio con trece y dieciséis años, siguen escribiendo a mano en clase, pero su relación con el papel es distinta. “Me gusta escribir a mano, pero para ir más rápido prefiero el ordenador”, dice Noa, que también tiene un diario. Gabriela, por su parte, organiza todos sus esquemas con bolígrafo y colores, pero admite que hace tiempo que no escribe una carta. “Escribir a mano me ayuda a concentrarme más”, asegura.

Esa opinión la comparte Henar Acha, opositora de veinticinco años, que actualmente se encuentra en un constante estudio por la cercanía de los exámenes. “Escribir a mano me ayuda a memorizar mejor. No debería perderse esa costumbre. No hace falta escribir todo a mano como antes, pero no se debería de sustituir”. Henar recuerda con cariño sus años universitarios, cuando todavía tomaba apuntes en hojas que luego repasaba en casa. “Ahora casi todo lo hago en digital, pero sigo usando papel para lo importante”.
Desde la perspectiva educativa, Raquel Renedo, logopeda y pedagoga, alerta de una tendencia preocupante: “Se está abandonando demasiado pronto la caligrafía en la escuela. Ya no se activa igual el cerebro cuando escribes con boli que cuando aprietas una tecla», defiende. Además, que escribir a mano favorece la coordinación, la memoria, la organización del pensamiento y la expresión. “No puedes aprender a leer y escribir sólo con una pantalla. Es un error que puede tener consecuencias a largo plazo”.
En la misma línea se encuentra Marina Campo, psicóloga. “La escritura manual puede ser una vía de escape emocional. Cuando escribes a mano, eres más consciente de lo que dices, de cómo lo dices». Por consiguiente, al igual que Raquel Renedo, afirma que escribir a mano mejora la concentración y la memoria, y que puede incluso tener un efecto terapéutico.
La pérdida del hábito preocupa también a quienes valoran la escritura como memoria. “Conservo cartas de mi mujer y libros antiguos. Me gusta verlos”, dice Valentín. Además, Antonia coincide con él: “Una carta escrita con cariño se guarda. Un mensaje, no”.
Mientras tanto, en las aulas sigue habiendo cierta resistencia. Gabriela y Noa, aún dentro del sistema educativo, creen que escribir a mano ayuda a estudiar. “Cuando hago resúmenes, puedo subrayar y organizarme mejor”, dice Gabriela. Para Noa, que escribe cartas de felicitación y anota en su diario de manera habitual, lo manual sigue teniendo valor: “Me gustaría tener más organización, pero ya tengo buena letra. Me fijo mucho en eso”.
Y es que la letra personal también es identidad. La tecnología, con su inmediatez y eficiencia, ha cambiado nuestra forma de escribir, pero también de recordar, de expresar o incluso de pensar.

Para muchos, los expertos como Raquel coinciden en que lo ideal es una convivencia. “No hace falta renunciar a lo digital, pero hay cosas importantes que deberían seguir haciéndose a mano”. Marina añade: “Perder ese hábito también es perder el ámbito emocional y personal”.
En medio del debate entre el bolígrafo y el teclado, la nostalgia de los más mayores convive con la adaptación. Todos coinciden en algo: escribir a mano no debería ser algo del pasado. Es un gesto simple que activa la mente, conecta con las emociones y deja huella. Puede que el futuro sea digital, pero los bolígrafos todavía tienen mucho que contar.