Sin cartas en la mesa
Las cartas deslizándose sobre el tapete, las risas entre amigos y las bebidas compartidas formaban parte del día a día de muchos bares de barrio en Santander. Hoy esa imagen es cada vez menos habitual y esta tradición va desapareciendo. La pérdida de las partidas de cartas, una costumbre arraigada en la vida de los barrios, es una preocupación para quienes han crecido en torno a ellas, tanto jugadores como propietarios de bares tradicionales.
Pocos bares a día de hoy conservan esa tradición y ese ambiente que, durante años, llenaba tardes de conversaciones y compañía. Las nuevas formas de ocio, el envejecimiento de los jugadores asiduos y la desaparición progresiva de los bares de toda la vida, han hecho que las mesas se encuentren vacías. Ante este cambio, quienes vivieron las partidas como algo cotidiano, recuerdan con nostalgia aquella época en la que los bares eran algo más que un lugar para tomar algo, eran el punto de encuentro y una segunda casa para la gente del barrio.
A pesar de que muchos bares luchan por mantener viva esta costumbre, sigue desapareciendo. Para conocer mejor esta realidad, La Voz del Norte recoge los testimonios de quienes han sido una parte esencial de aquellas tardes en los barrios de Santander.
La partida, el corazón del barrio
Miguel Cabrero, jubilado y jugador habitual de las partidas de cartas, recuerda con especial cariño aquellos tiempos. “Para mí era casi sagrado. Después de trabajar, sabías que te esperaba tu gente, tu partida, tu café o tu copa. Era el momento de desconectar, de reírte un poco, de hablar de la vida”, explica. El ambiente de los bares era animado y familiar, con mesas llenas, bromas y las cartas deslizándose por el tapete.
Actualmente reconoce que resulta muy difícil que los bares mantengan la tradición y se siga jugando como antes. “Antes cualquier bar de barrio tenía su partida montada. Ahora, como mucho, ves a algún señor jugando al dominó o a las tragaperras”, lamenta. Cabrero asegura que las nuevas generaciones están alejadas de estas costumbres. “Ellos están a otras cosas, aparatos, redes sociales… Se está perdiendo una forma de relacionarse cara a cara que era muy nuestra”.
Además recuerda con especial cariño el ambiente de aquellas tardes: “La sensación de familia, cercanía y confianza. No era solo jugar, era saber que había un sitio y personas que contaban contigo. Ahora paso por los bares de mi barrio y me da pena ver tantas mesas vacías”.
Arturo Rodrigo, que regentó un bar en Santander, comparte la misma nostalgia. En su negocio, la tradición de las partidas surgió de forma natural. “Se quedaba entre amigos por la mañana mientras tomábamos los vinos y después de comer volvíamos a hacer la partida. Jugábamos el café y la copa: el que ganaba no pagaba, pagaba el contrario”, explica con una sonrisa.
Además recuerda múltiples anécdotas, como las partidas que se jugaban durante las fiestas de barrio, en las que algunos participantes preferían perder para aprovechar los premios. “Muchos se dejaban ganar porque valía más lo que tomaban que el premio”, recuerda con alegría. Las partidas no solo animaban el local, también atraían a nuevos clientes, creando un ambiente vivo y social.
La relevancia de las partidas para dar vida al bar era crucial. “Se hablaba de todo, de lo que pasaba en el barrio, de las novedades”, explica Arturo. En cambio con la llegada de las nuevas tecnologías y los cambios de hábitos de la juventud actual han hecho que tradiciones como esta hayan ido en descenso. “Hoy en día se va cada uno por su lado. Ya no hay reuniones ni nada”, lamenta.
Aurora Fernández, quien está al frente del bar Picacho, también ha sido testigo de este declive. “El ambiente era vecinal, familiar. Los hombres del barrio, principalmente jubilados, bajaban a tomarse su café, su copa y aprovechaban para jugar la partida. Era un ambiente de gente de barrio”, recuerda.
Asegura que las partidas servían para fidelizar a la clientela. “Era una clientela fiel que siempre bajaba a la misma hora. El día que no bajaban era porque estaban malos o porque se habían ido al pueblo”, afirma. Tras la pandemia, las partidas han desaparecido casi por completo. “Antiguamente tenía las mesas del bar llenas. Ahora ya no se juega. Desde el COVID, la gente mayor bajó menos por miedo y ya no se ha recuperado esa costumbre”.
A pesar de ello, han intentado mantener la tradición de las partidas, pero no ha sido posible. “Intentamos seguir abiertos después de la hora del vermut, pero de cinco a ocho son horas muertas. No hay clientela”, explica. Reconoce que, a pesar de ello, la forma de socializar en los bares no ha cambiado, sin embargo, los horarios y las costumbres si lo han hecho.
José Ruiz, ex dueño del Bar La Joya, afirma que la partida era el alma de su negocio. “La gente venía no solo a jugar, sino a pasar la tarde, a charlar. Era una rutina. Las partidas llenaban las mesas y daban vida, sobre todo entre semana”, explica.
Tras la pandemia, notó cómo los clientes habituales empezaron a faltar. “Primero uno se ponía malo, otro dejaba de venir, y así, poco a poco, cada vez éramos menos”, recuerda. La falta de partidas influyó notablemente en la decadencia de clientes. “Si la gente no tiene un motivo para quedarse, se pierde la costumbre de bajar al bar”, afirma.
El cierre de su bar fue un momento complicado. “Había sido mi vida durante muchos años. Cerrarlo fue como cerrar una etapa”, confiesa. Para él, la desaparición de las partidas supone un cambio a la hora de relacionarnos. “Antes la gente se miraba a la cara, hablaba de cualquier cosa mientras jugaba. Hoy están enganchados al móvil. No es lo mismo”.
A pesar de todo, muchos de estos antiguos jugadores anhelan las partidas y desearían ver que las nuevas generaciones recuperen este legado.“Me encantaría ver a la gente joven sentándose a jugar, riéndose, picándose. Sería bonito que no se perdiera del todo”, concluye José.
La desaparición de las partidas de cartas en los bares de Santander no es solo un cambio de costumbres en la vida de los barrios; es la pérdida de un ambiente de cercanía, familiar y compartido. Una tradición que, según quienes la vivieron, merece al menos ser recordada.
